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¿Qué son los servicios ecosistémicos?

En pocas palabras, son los beneficios que todos obtenemos del medio ambiente. La lista es larga: desde los placeres del ocio y del turismo hasta otros beneficios más fundamentales, como el suministro de alimentos y agua potable, la regulación de las inundaciones y la vida salvaje, y el control de la contaminación y las plagas. Sin embargo, todo esto tiene un coste.

Afortunadamente, el mercado de bonos verdes, cada vez más diversificado, está ayudando a financiar la protección del capital natural de la Tierra —los elementos que valoramos como sociedad, como nuestros bosques y ríos— y a fomentar la biodiversidad. Y lo mejor es que el crecimiento del mercado de la financiación sostenible facilita a los propietarios de activos la posibilidad de obtener un rendimiento atractivo de sus inversiones y, al mismo tiempo, tener un impacto positivo en el medio ambiente.

Sin embargo, tanto el cambio climático como el rápido crecimiento de la población están ejerciendo una presión cada vez mayor sobre los servicios ecosistémicos. A medida que esta presión aumenta, también lo hace la necesidad de actuar. El equipo de Franklin Templeton Fixed Income cree que la inversión sostenible se convertirá en una tendencia de inversión dominante en los próximos años y tendrá unos efectos estructurales que podrían contribuir a mejorar la rentabilidad financiera.

El ecosistema desde el punto de vista de un inversor

Entendemos que muchos inversores no solo buscan aumentar el rendimiento de sus inversiones, sino también contribuir positivamente al entorno físico. Ambos objetivos pueden materializarse si se tienen en cuenta los servicios ecosistémicos en el proceso de inversión.

¿Cómo se logra esto? Empezando por nosotros mismos, los profesionales de la inversión. Creemos que incluir los servicios ecosistémicos en nuestro proceso de investigación puede desvelar información importante que el mercado en general todavía no ha captado, así como generar rendimientos sostenibles para nuestras carteras.

El segundo beneficio tiene que ver con los propios emisores de bonos. Los emisores de valores soberanos y corporativos que comprenden perfectamente los desafíos medioambientales que están por venir —y ya están tomando medidas para afrontarlos— tienen más probabilidades de poder sortear los altibajos de los ciclos de los mercados a largo plazo. Cuanto más sólido sea el emisor desde el punto de vista financiero, mayor será la probabilidad de que se devuelvan los bonos. Los emisores que son capaces de soportar los altibajos financieros a largo plazo serían los más adecuados para aplicar las estrategias de compra y mantenimiento que suelen favorecer los fondos de pensiones y las compañías de seguros. De hecho, los fondos de pensiones podrían convertirse en una poderosa herramienta para conseguir que las empresas adopten valores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG), como la lucha contra el cambio climático o el fomento de la igualdad laboral.

En tercer lugar, la financiación de proyectos relacionados con los servicios ecosistémicos podría tener un impacto tangible, directo y positivo; por ejemplo, un aire más limpio o un menor riesgo de inundaciones gracias a la conservación de los bosques.

En resumen, es posible que una alta rentabilidad financiera esté relacionada con un impacto positivo en el medio ambiente.

Los servicios ecosistémicos pueden ser proporcionados como servicios públicos, por ejemplo, por los gobiernos nacionales o locales. Estos servicios deberían ser accesibles a toda la población y poder ser financiados, por ejemplo, mediante impuestos o tasas. Hay multitud de servicios ecosistémicos que son fundamentales para las economías nacionales y cruciales para la agricultura, el suministro de agua limpia, la generación de energía y mucho más. Su provisión (y protección) no supone un beneficio secundario, sino que es fundamental para el funcionamiento de la economía y, por tanto, los gobiernos deberían darles prioridad junto a otros bienes públicos como la sanidad, la educación o las infraestructuras de transporte. Desde nuestro punto de vista, los pagos por servicios ecosistémicos ofrecerían una ventaja adicional, y es que los beneficiarios pasarían a tener un interés propio en demandar su prestación y las entidades públicas tendrían que rendir cuentas. Esto, a su vez, garantizaría la protección del capital natural para prestar estos servicios ecosistémicos obligatorios.

Como inversores, podemos ayudar a financiar las infraestructuras necesarias para la prestación de servicios públicos ecosistémicos. Un ejemplo podría ser la financiación de la policía uruguaya (mediante inversiones en bonos del Tesoro local), que debe hacer cumplir las leyes que prohíben la destrucción de los bosques autóctonos del país.

Los proveedores de ecosistemas también pueden ser entidades privadas, empresas a las que sus clientes pagan directamente. En Brasil, las centrales hidroeléctricas, que por cierto representan el 65 % del sector eléctrico del país, son unos interesantes beneficiarios de los servicios ecosistémicos. La repoblación vegetal a contracorriente puede prolongar la vida de los embalses, ya que reduce el proceso de sedimentación.1 El beneficiario podría pagar directamente a una empresa privada que preste ese servicio a una compañía eléctrica.

Al mismo tiempo, los posibles consumidores de servicios ecosistémicos deben comprender su valor (tanto a corto como a largo plazo) y pagar por su prestación. Consideremos, por ejemplo, una gran empresa de alimentación y bebidas que necesita abejas para polinizar sus cultivos. Se cree que la polinización de las abejas mejora tanto la calidad como la cantidad de las cosechas.2 Una empresa de este tipo podría emitir un bono para pagar la construcción de colmenas o para cubrir los gastos de explotación derivados del pago a un tercero por la prestación de servicios de polinización.

Creemos que es importante abordar algunas de las polémicas relacionadas con la financiación de la lucha contra el cambio climático. Se insiste mucho en que la población trabajadora que no puede asumir esta carga adicional asuma el coste de la transición a una economía neta cero. Sería absurdo pensar que no hay costes relacionados con la transformación energética; sin embargo, las personas, los gobiernos locales y nacionales, las empresas y las supranacionales (como los bancos de desarrollo, por ejemplo) tendrán que compartir estos costes. La explotación de la naturaleza también conlleva costes considerables, como reveló un informe independiente realizado para el gobierno británico, que calculó mediante una estimación conservadora que las subvenciones mundiales que dañan la naturaleza ascienden a entre 4 y 6 billones de dólares al año.3

El coste que supondría cambiar la forma en la que producimos y consumimos energía, así como nuestro enfoque del capital natural, es verdaderamente elevado. Sin embargo, el coste que supondría no tomar acción sería mucho mayor. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, más de la mitad del producto interior bruto (PIB) mundial depende de la naturaleza.4 A raíz de ello, un estudio estimó que el coste directo de la pérdida y degradación de los ecosistemas podría alcanzar los 10 billones de dólares en 20505 (aunque hemos visto estimaciones que duplicaban esta cifra6). Por otro lado, el Foro Económico Mundial prevé que las políticas orientadas a la protección de la naturaleza podrían generar más de 10 billones de dólares anuales en valor empresarial de aquí a 2030.7

También es evidente que el camino hacia un futuro más sostenible no será fácil. No obstante, este cambio conlleva una serie de oportunidades para los inversores más perspicaces.

Un mercado que sigue siendo relativamente pequeño, pero que crece con rapidez, y que ofrece un conjunto de oportunidades nuevas y apasionantes. Un mercado en expansión también significa más posibilidades de diversificación. Aunque dicha diversificación no puede asegurar beneficios ni evitar pérdidas, creemos que las ventajas que ofrece, unidas a una sólida selección de valores, son la clave para obtener rendimientos superiores a los del índice de referencia en un horizonte de inversión a largo plazo. Y, por supuesto, el mercado emergente de bonos verdes, en el que Franklin Templeton Fixed Income desempeña un papel fundamental, puede contribuir a frenar el cambio climático y la degradación del medio ambiente, garantizando así que las generaciones futuras puedan disfrutar del mundo tal y como lo conocemos hoy.



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